Recuerdo que poco antes que creyera y confesara Romanos 10:9-10, proclamando a Jesús como mi único Salvador y fuente de justicia delante de Dios, luchaba con la realidad de que, si hacía esta confesión, esto con seguridad traería división y posiblemente odio en mi relación con mis amigos, compañeros de trabajo y, por supuesto, mi familia SUD (Santos de los Últimos Días). Jesús hace referencia a esta lucha en Lucas 14:28-33 cuando dice:
“Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”
Para el tiempo en que estaba considerando esto, sabía que no estaba contento con mi estilo de vida pecaminoso y que las cosas tenían que cambiar, por esa razón fue, primeramente, que comencé a investigar el cristianismo bíblico. Entendía que había una posibilidad de que mi confesión de fe pudiera causarme problemas con mis relaciones, por lo que estuve batallando con estas ideas por un tiempo, pero eventualmente cedí a que Dios me llevara (Juan 6:44) a aceptar personalmente a Jesucristo para ser adoptado en la familia de Dios como se describe en Efesios 1:5.
Al principio, todo parecía estar bien, hasta que comencé a confesar a mis amigos y compañeros de trabajo que confiar en Jesús es todo lo que necesito para tener salvación. Fue entonces cuando algunos de mis amigos dejaron de llamarme y comenzaron a rehuirme. Los pocos amigos que me habían quedado y que podrían haberse seguido asociando conmigo tenían unos estilos de vida que ya no eran atractivos para mí por cuanto 2 Corintios 5:17 describía que yo había venido a ser una “nueva criatura.” De modo que no transcurrió mucho tiempo hasta que esas amistades se desvanecieron también.
Tuve el mismo problema con mis compañeros de trabajo, ya que, por mi convicción de anhelar vivir de una manera honesta, no quise realizar tareas en contra de las políticas y regulaciones de la empresa. Esto propició que mis colegas se burlaran de mí por cambiar en las prácticas laborales y que mi jefe tomara represalias en contra mía por las mismas razones.
¡Pero también estaba la familia! Pocos días después de haber sido salvado, fui bautizado en la iglesia Bautista local, e invité a mi hija mormona a asistir a mi bautizo. Me sorprendió un poco que ella asistiera. En ese momento no parecía mortificada sino aliviada en cierto modo de que yo hubiera cambiado mi estilo de vida.
Entonces, unos pocos días después mientras conversaba con mi madre, también mormona, le dije que me había bautizado el domingo anterior. Hubo un silencio en el teléfono que pareció toda una vida y luego me preguntó por qué había elegido hacer esto. Le expliqué que había sido salvado por Jesús una semana antes y que quise ser bautizado como una confesión pública de mi nueva fe en Jesús.
Ante esto, mi madre se enojó diciendo que yo ya había sido bautizado en la Iglesia SUD y que no necesitaba ser bautizado nuevamente. Respondí diciéndole que mi bautismo SUD no contaba porque fue realizado por la Iglesia Mormona y que necesitaba ser rebautizado para mostrar mi fe en Jesús. De más está decir que este fue el inicio del desmoronamiento de mi relación con mi familia mormona.
Mi familia SUD vive en otro Estado, por lo que nuestro contacto era mayormente telefónico, pero cuando los visité, parecía como si pudiera cortar la tensión con un cuchillo. Hacían preguntas y decían cosas tales como:
“Oímos que tienes una banda en tu iglesia – luego se reían o decían – ¿y todos fuman y beben en tu iglesia como lo hacen en las demás iglesias?” Mi madre trataba de sonreír, pero era obvio que ella tampoco estaba muy contenta con mi cambio de fe.
Durante un año, después de haber sido salvo, estuve intentando, por escrito, que mi nombre fuera retirado de la Iglesia SUD, pero no tuve éxito a pesar de haber visitado a dos obispos SUD diferentes en mi área, presentándome con mi carta de renuncia, explicando que ya no creía que la Iglesia SUD fuera verdadera, ni reconocía a la Iglesia SUD como mi autoridad espiritual. Había solicitado que mi nombre fuera eliminado de los registros de la Iglesia, y sabía que mi solicitud sería respondida con la excomunión. Sin embargo, mi requerimiento no fue atendido hasta que Laura (mi entonces futura esposa) presentó su propia carta de renuncia solicitando que su nombre también fuera eliminado de los registros de LDS. Finalmente, la Iglesia SUD nos excomulgó a ambos y a su hija de 8 años que se había bautizado unos pocos meses antes.
Cuando las noticias de mi excomunión de la Iglesia SUD llegó a oídos de mi hija, que asistía a una escuela mormona en Utah, regresó a casa de esta para decirme que me odiaba y que no me quería volver a ver. Después de un tiempo, mi hija eventualmente comenzó a hablarme de nuevo, pero en ese tiempo nuestra relación se puso tensa hasta llegar a un punto de quiebre. Esto también incrementó la tensión en mi familia en contra mía y de Laura.
Como un año después, mi hija se casó con un misionero retornado en el templo de Provo. Por supuesto, mi esposa Laura y yo no estuvimos permitidos de estar presentes en la ceremonia porque fue realizada en el templo y únicamente los mormones dignos son permitidos de presenciar la misma. Luego, en la recepción, fui ubicado al final de la línea de salutación, lejos de mi hija y yerno. Ni una vez, durante toda su recepción, mi hija me presentó como su padre con alguien. La tensión en nuestra relación continuó agravándose por mi relación con Jesús y por el hecho de que yo estaba testificando de manera activa a la comunidad mormona en mi localidad, compartiendo cómo el Jesús en el que creen los mormones es un Jesús diferente de Aquel que es mostrado en la Biblia.
A través de sus amigos, ella se enteró que yo estaba testificando a los mormones en el Centro de la Estaca y me llamó por teléfono para advertirme que, si no me detenía con lo que estaba haciendo, perdería a mi familia. Le dije que lamentaba que ella tuviese ese parecer, pero que no iba yo a detenerme con lo que Jesús me había dicho que hiciera. Le expliqué que, si ella y mi familia se apartaban de mí, eso recaería sobre sus propias conciencias, ¡no la mía! Jesús se refiere a las familias incrédulas en Mateo 10:34-39 diciendo:
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.”
Jesús no está diciendo que “aborrezcas” a tu familia en el sentido estricto de la palabra (Lucas 14:26), sino que tu amor y devoción necesitan ser sólo para Él. Jesús nos está enseñando que debemos amarle por encima de todos y todo, incluyendo a nuestras familias. Jesús explicó que por causa de Él habrá divisiones en nuestras familias. Se nos recuerda amar a los que nos “odian” o nos “ultrajan” incluso si esto proviene de nuestras propias familias (Mateo 5:43-44). Jesús también les recuerda a los creyentes acerca del odio que vendrá por parte de un mundo incrédulo. En Juan 15:18-19, Jesús dijo,
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.”
Poco tiempo después de que me negué a tener en cuenta la amenaza de mi hija para que dejara de testificar a los mormones o perdería a mi familia, me di cuenta que la tensión entre nosotros comenzó a declinar. Es como si ella hubiera comenzado a respetar mi disposición de defender lo que creo. Poco después de que mostré que no iba a comprometer mis convicciones, nuestra relación mejoró y ella comenzó a llamarme con mayor frecuencia y nuestras conversaciones se volvieron más placenteras que antes.
Ella incluso nos invitó a quedarnos en su casa cuando estuvimos en el pueblo, lo cual aceptamos con alegría. Tomó unos años, pero mi esposa Laura y yo ahora tenemos una muy buena relación con mi familia SUD. El año pasado, mi hija y mi yerno incluso fueron y me visitaron en el parque Manti cuando estaba allí testificando a los mormones durante el Espectáculo Anual del Milagro Mormón. ¡¿No servimos a un Dios maravilloso?!
Para cualquiera que haya salido del mormonismo y esté enfrentando dificultades familiares, mi consejo es que se aferren a Jesús. No comprometas tu fe por tu familia. Ama a tu familia y ora por ella, ¡incluso cuando parezca difícil! No te rindas sólo porque no veas a Dios obrar en tu familia. El Señor Jesús promete recompensarte:
“Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios,que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.” —Lucas 18:29-30.
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